
Dicen las amas de casa que las tareas domésticas son el trabajo más desagradecido del mundo: nunca se acaban, y nunca duran. Y es que habría que hacerles un monumento a estas mujeres, porque en estas condiciones, cualquiera dejaría que la desidia se apoderara de uno, y no pensar más en ordenar, limpiar y mantener. Sin embargo, todas estas tareas cumplen una función importante en nuestras vidas, y no fueron creadas para amargar la existencia del encargado (comúnmente encargada) de ellas; su función es mantener nuestro entorno más cercano en las mejores condiciones de salubridad posible, lo que repercute en nuestra buena salud. ¿A que eso no te parece cualquier cosa?
Gracias a nuestro rico idioma español, hay muchas maneras de calificar a aquellos dados a vivir rodeados de suciedad y desorden. El sustantivo sería cerdo; y el adjetivo, un guarro. Para llegar al estado al que se podría usar estos vocablos para calificarnos no hay que hacer mucho esfuerzo, solo adoptar ciertos hábitos cochinos que en poco nos diferencian de aquellos animales a los que les gusta revolcarse en barro (conste que a nosotros eso nos parece asqueroso, pero para los gorrinos es también necesidad aparte de disfrute). Seguro que todos conocemos a gente que los tiene, algunos tan comunes como no cerrar la tapa del water, no lavarse las manos después de ir al baño, apilar platos sucios en el fregadero, o poner la lavadora cuando ya no hay ropa limpia y la pila de la sucia nos sobrepasa. ¿Y adivinas qué? Eso se le suele atribuir mayoritariamente a los hombres, a los que se les conoce con el buen usado adjetivo de «guarros«.
Bien porque, en un principio, se podría decir que alguien guarro es aquel que no tiene una buena higiene personal. Por extensión, se calificó así también a aquél que no sólo no era limpio con su cuerpo, sino tampoco con lo que le rodea. Luego, también se extendió al medio mental, de tal forma que un tío guarro también era el que tenía pensamientos sucios, sobre todo si tenían relación con el medio. Y así, de paso en paso, se ha llegado a un desenlace curioso, simplemente por haber cambiado el género del adjetivo: ahora, el llamar a una mujer «guarra«, ha tomado una nueva dimensión.

Las guarras ya no son mujeres con poca higiene personal, o poco dadas a la limpieza del hogar, ni siquiera a aquellas que puedan tener mentes calenturientas. No señor, ahora ser una guarra es casi una institución; de hecho, se ha convertido en toda una categoría en el porno online incluso. Porque las guarras son esas tías que provocan a los tíos para tener sexo continuamente, las que los vuelven locos para que solo piensen en follar, y las que los obligan a convertirse en tíos salidos y novios y maridos infieles gracias a las prácticas sexuales que son capaces de utilizar (como si ellos fueran a resistirse mucho, los pobres). No hay más que ver unos cuantos videos porno para darse cuenta que a esas tias buenas no se las podría resistir uno en la vida, ni tampoco querría, porque solo con verlas desnudos uno pierde el culo por sus atenciones; pero, a pesar de eso, son ellas las que llevan el calificativo, porque no sólo son capaces de pensar en depravaciones, sino además muy capaces de realizarlas.
Y luego, también se ha acuñado el término «guarrillas«, que aún no tengo claro si se refiere a que son chicas jóvenes a las que ya se les empieza a ver el plumero, o mujeres ligeras de cascos que no han desarrollado del todo sus capacidades, ya sea por falta de oportunidades o de habilidad. Sí, todo esto tiene cierto tufillo a machismo; pero, como sea, esta es la realidad de nuestro idioma español, y de como hemos pasado de denominar a cierta clase de ganado porcino a casi crear una nueva raza de mujeres devorahombres.